Cuento de avión

Texto: Ana Ortega
He ge-ne-ra-do MI-E-DO a vo-lar los últimos diez años de mi vida.
Mientras el avión despega me voy acordando de todas y cada una de las personas que me han hecho sufrir en mi existencia. Como aquella chica. No recuerdo su nombre pero me pegó un chicle en el pelo. Luego Carmen-Madre me cortó esa zona del cabello con amor.
Amo a esa mujer, tengo muchas madres. Cuando éramos niñas y nos juntábamos en Semana Santa, despuntábamos con nuestras primeras amanecidas de música y estimulantes. Carmen nos abría las ventanas de par en par a las once de la mañana y nos informaba que había que ir a misa.
Me ha tocado ventanilla, aprecio los colores, los lagos, el campo... pero no me oriento ante tanta grandeza. Parece que ya ha pasado el peligro y me dispongo a pensar cuál será mi siguiente movimiento. Hay cuatro opciones: aprender latín, leer a Calderón, dormir, hacer pis. Dormir es la opción más sensata, pero dormir mientras una se hace pis... no.
No puedo salir al baño porque me acaban de servir algo para beber y el señor de traje sentado en el asiento C está trabajando en su pequeño ordenador DELL. Es una misión imposible, desisto. Escribo.
El día está completamente despejado. Observo el campo llano. Parece de mentira, parece una tela de Patchwork. Volar me fascina y aterroriza a la vez, como el agua a los gatos.
Si pasa algo yo no quiero sobrevivir y la idea de morir joven no me gusta, todo a su tiempo, quiero ser un vejestorio en algún momento... Madre mía! Cómo se menea este trasto.
Patchwork Lillith! Patchwork!! Y Dios hablando con María en el Cielo donde me encuentro suspendida, preguntando si prefiere el amarillo al verde.